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Cáhuil, primeros propietarios y el origen de sus salinas (IV)

Actualizado: 27 sept 2021


Doña Melchora Lesana, otra de las hijas de Antonio y doña Francisca Hernández, contrajo matrimonio por 1645 con el riojano (de Argentina) Adrián Cornejo. Esta rama de la familia resulta importante porque heredó una parte de las tierras de Cáhuil que denominaron estancia de Pañul, hacia el nororiente de la laguna, prácticamente rodeando todo su borde. Esa localidad aún conserva su nombre, se puede apreciar en ella la elaboración de cerámica y un molino que tiene más de 100 años. Por su parte, los Cornejo ampliamente difundidos por todo Chile, tendrían su origen en este riojano, quien en su segundo matrimonio también dejó amplia sucesión.


También fueron hermanos de los anteriores, Francisco, María y otra Juana Lesana, de los cuales no se ha tenido noticias.

De esta forma fue dividiéndose y subdividiéndose la antigua estancia de la Costa de la mar que adquiriera en 1638 Antonio de Lesana.


Continuando con la vinculación a la laguna de Cáhuil, solo dos hijos tuvo doña Melchora Lesana, ya que falleció tempranamente por 1652. Pascual Cornejo, uno de ellos, heredó a lo menos 500 cuadras de su madre. Las repartió entre sus once hijos, algunos de los cuales recibían de a 100 cuadras, lo que induce a pensar que recibió mayor cantidad de herencia. La descendencia de Pascual llega hasta el presente con el apellido Cornejo.


La otra hija de Adrián Cornejo y doña Melchora Lesana fue doña María Cornejo. Ella contrajo matrimonio por 1670 con Alonso Pérez, con quien fue madre de una sola hija. Al enviudar, doña María casó en segundas nupcias con Nicolás Pavez, seguramente por 1675; esta pareja fue bastante fructífera, ya que engendró ocho vástagos. Los hijos de ambos connubios de doña María Cornejo vivieron en las 300 cuadras que ella había heredado en San José de Pañul, a la orilla de la laguna; y los nietos de estos serán muy importantes para las salinas.


La principal actividad económica productiva era la pesca, ya que al parecer había gran abundancia de peces, también se dedicaron a la ganadería a juzgar por la cantidad de animales que manejaban, y seguramente también sembraban cereales como el trigo, que mayoritariamente fueron cultivados en los campos chilenos. Hasta aquí no había producción de sal, aún no.


Como se puede apreciar, el poblamiento del lugar (por los españoles) comenzó en 1609, con Sebastián Verdugo y algunos de sus hermanos. Lorenzo Núñez de Silva, cuñado de los anteriores, reunió varias mercedes, pero no se quedó allí. Fue Antonio de Lesana, el viejo, el que vivió con su familia poco antes de que adquiriera los títulos su hijo en 1638. La descendencia de este último fue la que continuó en aquel paraje, produciéndose una división y subdivisión de la propiedad que fue incrementándose durante el siguiente siglo, ya que las nuevas generaciones multiplicaban a los herederos, mas no a la tierra. Los Lesana resultaron ser la base sobre la cual se construyó la sociedad de aquel lugar, siendo muy probable que tanto quienes viven actualmente en aquellos territorios, como muchas familias de las ciudades, tengan algún antepasado que vivió en un rincón de ese hermoso lugar.


El siglo XVIII traerá consigo un nuevo foco de desarrollo económico y también disputas territoriales. Hacia 1717 el maestre de campo Juan Núñez de Silva solicitó que varios lugareños salieran de sus tierras, al igual que lo hizo en 1729 contra Pascual Cornejo (Lesana) por los límites de sus estancias, aunque ubicadas hacia el norte, ya que Pascual también tuvo intereses en otros territorios.


La tranquilidad de Cáhuil se vio perturbada en 1729 cuando el capitán Pedro Cornejo, junto a su ayudante Lorenzo de Lesana, fue a las orillas de Cáhuil a pescar:


“Estando dicho Nicolás Pavez con sus redes y balsa en el rincón nombrado ranchillo en la orilla de la laguna de Cagüil llegó Lorenzo de Lesana, quien gobierna las redes del capitán Pedro Cornejo con dichas redes y peones a tirar un lance en otro rincón, cosa de tres cuadras de donde estaba dicho Pavez con sus redes” y “estando tirando lance en el lance de Jusepe que llaman, llegó Nicolás Pavez con Domingo López y Jacinto López y Felipe López y otro peón; entró dicho Jacinto López a caballo a la laguna y sacó el cuchillo y les cortó la soga de la red, de donde se perdió el lance…”


Esta pérdida fue significativa, ya que el capitán Cornejo la avaluó en más de 200 pesos. La actitud de Pavez fue castigada por la justicia, aunque este se había descargado, alegando que le había advertido a Lesana de la cercanía con su red. Pero este último le había dicho “que lo tirasen a medias y que no anduviesen pleiteando siendo amigos y pescadores y que partirían del pescado”. Pavez insistió en que dividieran carga por carga, pero Lesana no quiso; entonces fue a pescar igualmente y Pavez mandó cortar sus vetas. Así que:


“Estando preso Nicolás Pavez llegó el dicho capitán Pedro Cornejo y que habiendo llegado dicho Cornejo, se levantó Nicolás Pavez y se fue para donde estaba dicho Cornejo y se le hincó de rodillas a los pies de dicho Cornejo en un crucifijo en las manos diciéndole que le perdonase…”


Cornejo aceptó dejar la querella criminal siempre y cuando Pavez le pagara 30 pesos; este último aceptó, aunque luego no quiso solventar la deuda.


Este juicio que transcurrió entre pescadores de la laguna, revela cómo las familias vivían y trabajaban como un solo cuerpo, puesto que todos los mencionados tenían parentescos. Nicolás Pavez era sobrino del capitán Pedro Cornejo, pues era uno de los hijos de doña María Cornejo Lesana; mientras Pedro era medio hermano de ella. Pavez se había casado con doña Juana López, hermana de Domingo López y tía de Jacinto López (los que acompañaban a Pavez). Lorenzo, Juan y Bartolomé de Lesana, que intervienen como testigos o directamente cuando ocurrió el delito, sin duda eran bisnietos de Antonio de Lesana y doña Francisca Hernández. Quien ofició de juez fue don Luis José de Lesana y Figueroa y estaba casado con doña Gertrudis del Pino, nieta de doña Isabel de Lesana (Hernández) y Pascual del Pino era hermano de doña Gertrudis. El alférez José Muñoz, que intervino en favor de Pavez, era su cuñado. Estas reyertas familiares debieron erosionar los ánimos de las partes, no cabe duda, pero no imposibilitó que sus descendientes se vincularan entre ellos y formaran nuevas familias que hacían vida alejada de problemas anteriores.


Como se ha señalado, las estancias fueron formándose en base a mercedes de tierras durante el siglo XVII, luego vino un período de compra venta de esas estancias hasta que alguna familia fue asentándose en ella, aunque siempre existió poca claridad de los límites y hubo cierto peligro de que alguien llegara con mejor derecho. Pero, aunque finalmente se lograra poseer jurídicamente la propiedad, ocurría que a veces tras el fallecimiento del dueño, los herederos no dividían inmediatamente la posesión, sino que ocupaban espacios dentro de ellas y construían ranchos o casas de forma arbitraria. Con el correr del tiempo, cuando algún dueño quería vender su parte, resultaba dificultoso establecer exactamente a qué fracción correspondía y cuáles eran sus dimensiones. Esto trajo consigo varios pleitos entre herederos, pero también con los vecinos durante el siglo XVIII.


Dado lo anterior, el “Superior Gobierno” solicitó que se hicieran mensuras de las propiedades, para demarcar exactamente los límites de los terrenos.


Entre la laguna de Cáhuil y la de Petrel se mensuraron varios territorios en 1749 y se solicitó a los vecinos y propietarios participar de ellas para que las delimitaciones fueran también validadas por todos. De esta forma, don Andrés de Escudero, el agrimensor, deslindó 7 terrenos, aunque claramente quedaron otros propietarios fuera de esta acción. Escudero podía establecer límites si tenía a la vista los títulos de propiedades de quienes decían ser dueños, pero lamentablemente no todos podían demostrar el verdadero alcance original de sus estancias y por lo tanto, quedaron terrenos vacantes, de demasías, cuyo dueño era el rey.


Las demasías sumaron 1.505,5 cuadras, cifra bastante alta que alcanzó al 32% de lo medido. El riesgo de que estas demasías fueran entregadas a otras personas era alto, ya que el rey (a través del gobernador) podía utilizarlas para pagar deudas o por méritos, tal como se hizo con las mercedes del siglo XVII. Cuestión, que como se verá en el siguiente capítulo, ocurrió.



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