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Fake news genealógica

Actualizado: 23 ago 2020

Corría el año 1810 y en América los vientos de cambio llegaron como una tormenta que nublaría por varios años a las naciones de esta parte del mundo, hasta que por fin se apaciguó el mal tiempo y el sol comenzó a brillar de otra forma, ya no había colonias de un imperio, sino naciones independientes. En Chile, el desprestigiado gobernador don Francisco Antonio García Carrasco fue depuesto y en su lugar fue reemplazado por el oficial de más alta graduación, don Mateo de Toro y Zambrano.

Este último citó a un cabildo abierto y el 18 de septiembre de 1810 comenzó el camino que ocho años después culminaría con una nación autónoma.


Don Mateo de Toro y Zambrano.

Don Mateo falleció al poco tiempo de aquellos sucesos cuando contaba 84 años, sin saber que su accionar conspiró contra su propia posición y creencias, aunque quedó grabado en la historia. Su familia paterna había llegado en la época de la conquista y no fue hasta el siglo XVIII cuando tuvo mayor figuración y particularmente el presidente de la primera junta de gobierno fue el principal representante de su estirpe. Fue favorecido por sus tíos y tías con importantes herencias que le ayudaron a granjearse una fortuna que incluyó varias propiedades como la hacienda “La Compañía”en Graneros (que lo hizo millonario), o la hacienda “Alhué” en la región Metropolitana (ambas las remató); también tuvo tierras en Melipilla y Maule, además adquirió un sitio en la calle Compañía en Santiago donde hace algunos años funcionaba el museo colonial de Santiago, y construyó la Casa Colorada.

En aquella época, la distinción familiar era muy relevante, así que don Mateo procuró ocupar cargos en el gobierno local, como el de corregidor de Santiago, alcalde ordinario y pese a que fue negado en la primera petición, en 1809 llegó a ser Brigadier, justamente el título que le permitió suceder a García Carrasco.

Aunque los cargos públicos y la fortuna le habían sonreído, faltaba algo más, necesitaba un título de Castilla. Y aprovechando que su hermano José estaba en la corte, sus deseos tuvieron eco y finalmente el 6 de marzo de 1770 se emitió el real despacho de Carlos III, donde le dio el título de conde de la Conquista, con el vizcondado previo de la Descubierta, como se estilaba entonces. No fue gratis desde luego, don Mateo desembolsó unos 20 mil pesos por el condado y seguramente los 750 pesos por el vizcondado que quedaba anulado por el título mayor. En esa época, en toda América la fiebre de títulos nobiliarios alcanzó su apogeo. Al fin de cuentas, por un buen precio, varios honores eran asequibles.

Don Mateo se tomó en serio su nueva condición y exigió trato de señoría, además comenzó a firmar por su título, ya no era un hombre cualquiera.

¿Por qué condado de la Conquista?

Pudo ser el condado de Toro Zambrano o condado de la Compañia o cualquier otro… Todo está en la genealogía. Resulta que don Mateo mandó hacer un estudio genealógico a dos cronistas y reyes de armas, don Ramón de Zazo y Ortega y don Pascual de la Rúa Ruiz de Naveda; en ambos casos al interesado lo hacían descender de uno de los conquistadores de Nueva Granada (virreinato que abarcaba varios países en el norte de Sudamérica) Juan de Toro, además de emparentar con Alonso de Toro, conquistador en Perú y otro Juan de Toro, conquistador de Canarias.

El primer Toro en Chile, antepasado de don Mateo, fue Tomás, quien llegó a esta tierra en 1596. En la relación genealógica de estos cronistas, el primero decía que Tomás era hijo del conquistador Juan de Toro (de Nueva Granada) y el segundo que era nieto. Ambas versiones no cuadraban, aunque como apuntaban a conquistadores españoles quedaba perfecto que don Mateo fuera conde de la Conquista.

Lo cierto es que la genealogía era falsa.

Los cronistas y reyes de armas producían varios escritos de carácter genealógico y heráldico con los que ordenaban los blasones familiares, pero ya varios habían notado sus yerros voluntarios, siendo muy categórico Fernán Pérez de Guzmán, quien se refería a ellos como: “hombres de poca vergüenza”. Agregaba que “más les place relatar cosas extrañas y maravillosas que verdaderas y ciertas” [1]

Esta práctica engañosa no quedó solo en aquellos años, sino que han aparecido inescrupulosos que por buen dinero inventan genealogías para conseguir títulos. De hecho, a fines del siglo pasado fueron sancionados unos nobles que se dedicaban a rehabilitarlos falsamente en España. Bueno, en América da lo mismo, no hay títulos nobiliarios que reconozcan los estados.


Domingo Amunátegui Solar. Memoria chilena.

El notable historiador y genealogista don Domingo Amunátegui en el tomo III de Mayorazgos y títulos de Castilla (que puedes descargar AQUÍ), dio con la verdadera historia del asunto. En realidad Tomás de Toro, el antepasado de don Mateo, había nacido en Jerez de los Caballeros en 1575 y era hijo de Pedro González (de oficio zapatero) y de Mayor de Toro, luego en Familias Fundadoras de Chile I [2] se señala que estos últimos casaron a comienzos del mismo año y eran hijos de Francisco Bolador y Catalina González, y de Juan de Toro o Torres Zambrano y de Isabel Vásquez. Todos ellos jamás salieron de la península, así que no participaron en ninguna conquista y aparentemente eran pecheros (no hidalgos).


El título de conde de la conquista no fue revalidado por los descendientes de don Mateo y lo rehabilitó un pariente lejano del primer conde en España, en 1954. Respecto de la genealogía Toro, la de los cronistas, fue replicada por don Jaime Eyzaguirre en su obra “El conde de la conquista” (que puedes descargar AQUÍ), sin advertir error; lo mismo ocurrió con don Rafael Reyes en su artículo sobre esta familia en la Revista de Estudios Históricos N° 26. Hasta que finalmente hoy quedó superada con la investigación de Familias Fundadoras de Chile. Los errores se expanden con rapidez y después cuesta mucho corregirlos.

Casos como el expuesto hay muchos; es cuestión de ir mirando genealogías de reyes de armas y… aparecen las sorpresas. En una de las reuniones de los amigos de la “Sociedad iberoamericana de Genealogía e Historia”, que durante la pandemia han sido notables; Alejandro Olmos Gaona, importante genealogista argentino, nos envió un artículo de su autoría donde derrumbaba el mito de “La divisa de la Piscina” y su falso origen en el infante Ramiro de Navarra.


Para cerrar


Tres temas ligados entre sí rescato de esta fake news, el primero es que hay que estar atentos siempre a la información que tomamos. En fuentes bibliográficas por serias que parezcan, también. Recuerda que los errores cuesta detenerlos y su repetición se hace costumbre.


En segundo término, y derivado del anterior, una vez más recalco que hay que tener un espíritu crítico, mentalidad científica a la hora de realizar nuestras investigaciones. No todo lo que brilla es oro.


Para el final dejo para mi gusto el más importante. Cuando recurrentemente digo que los documentos son fuentes esenciales para desarrollar genealogías, haciendo el alcance que sin ellos no hay estudio de historia familiar, tengo que agregar lo siguiente:


“Todos los documentos fueron hechos con una intención”

Don Mateo tenía una. El que escribe o el que dicta tiene un interés para que el registro quede de una forma, para que se exprese o se transmita algo. Muchas veces vemos testamentos donde aun estando a punto de morir el personaje, no se sincera respecto de sus hijos naturales, pero ocupa eufemismos como tratar de “sobrina” a una hija o bien le deja importantes legados al “niño que he criado”. En juicios esta intención del emisor es más clara aún, descalificando al oponente con falsedades o interpretaciones torcidas.


Entonces, siempre es necesario poner en valor la documentación, hay que sopesar quién habla y qué intenciones tiene. Teniendo en cuenta lo anterior habrás advertido que no todos los documentos se pueden considerar válidos, ¡aunque sean documentos! No solo por errores del escribiente, el cura o el oficial civil -que los cometían muchas veces- sino porque el propósito del hablante enturbia la veracidad de la información. Baste ver cómo los testigos de pruebas de limpieza de sangre, de hidalguía, de servicios prestados, de juicios, etc. dicen prácticamente lo mismo, unos y otros, como si lo tuvieran todo aprendido… Y aquí hay que perder cierta ingenuidad, no se puede creer todo. No podemos dar crédito a una información de hidalguía que remonta 5 generaciones con testigos que con suerte conocieron al padre del interesado.


Volviendo al presente, ¿acaso se puede creer todo lo que está escrito en los diarios?


Obviamente, hay que ver caso a caso, hay registros donde no se pueden advertir falacias, como los que fueron hechos por oficiales o personas externas a los involucrados por algún designio también ajeno. Pero en otros casos, la verdad genealógica hay que buscarla apoyándose de otras fuentes que tengan mayor valor probatorio.





Notas

[1] Salazar y Acha, Jaime (2006). Manual de genealogía española, Instituto Salazar y Castro, Madrid, pág. 26. [2] Retamal Favereau, Julio, Celis Atria, Carlos, & Muñoz Correa, Juan Guillermo (1992). Familias Fundadoras de Chile 1540 - 1600. Santiago: Zig-Zag, pág. 622.

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