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Alcances de la investigación genealógica

Actualizado: 8 mar 2019


Anteriormente vimos la metodología a seguir, ahora me gustaría contarte qué debes esperar al hacer un estudio genealógico, y me refiero a que no siempre las ideas que uno tiene preconcebidas son realistas. En el camino de esta reconstrucción de la historia de la familia -para el fin que sea- nos encontraremos con sorpresas, como parientes desconocidos, cuentos familiares exagerados, secretos, confirmaciones y desengaños. Pero, y esto para mí es lo más importante, encontraremos respuestas. Y sea lo que sea que hayan hecho nuestros antepasados, actuaran mal o bien, piensa siempre que -como mencioné en el primer capítulo- si algo hubieran cambiado en sus vidas es muy probable que tú, tal cual eres, no existirías.


Con el objetivo de empezar y hacer crecer nuestro árbol genealógico iremos siguiendo las huellas de nuestros antepasados, encontrando las migas que nos dejaron en sus caminos, y eso requiere paciencia; porque difícilmente estará todo hecho. Se necesitará recorrer archivos, que consultemos a diferentes personas, que ocupemos nuestra inteligencia para dilucidar los puzles familiares, porque seremos como detectives en busca de rastros. Y mi objetivo es ayudarte con las mejores pistas.


El estudio de la genealogía en forma tradicional, vale decir, utilizando documentos que respalden una filiación (con el método científico), por ejemplo certificados, cartas, fotos, partidas bautismales, registros de matrimonios, testamentos, particiones de bienes, etc.; tiene limitaciones propias de su conservación, pero también sobre la fiabilidad y veracidad de su contenido. Sumado a lo anterior, los test de ADN pueden revelar situaciones contradictorias con las pruebas documentales. Por ejemplo, los registros rara vez presentan infidelidades, donde el “hijo” documental puede no ser el hijo genético (biológico). Esta posibilidad que espero sea más desarrollada con los años, abre opciones para reescribir la genealogía de una familia o plantear una doble genealogía, si se quiere.


Me concentraré en las limitaciones que debes tener presente a la hora de investigar, para luego entregarte brevemente mi experiencia en cuanto a los avances que puedes alcanzar.


LIMITACIONES


Lo primero a destacar es que la genealogía, que como ya planteé se basa en los documentos, solo se puede hacer en Chile hasta el siglo XVI, porque antes de esa fecha no había registros que permitan saber quiénes eran los antepasados de los nativos americanos. Es recién en ese siglo que se hicieron los primeros documentos que pueden ser útiles para fines genealógicos: crónicas, escrituras notariales, juicios, informaciones de méritos, actas de cabildos, cartas de gobernación e inscripciones parroquiales. Por lo tanto, aquella época es lo más atrás en el tiempo que se puede documentar en América. Hacia atrás es posible acceder a registros españoles, donde si se logra conectar con algún ancestro muy bien posicionado, nobles y reyes, entonces se puede avanzar más, llegando documentalmente hasta el siglo VIII, donde varios genealogistas han publicado los árboles de esos reyes medievales y actualmente han habido varias rectificaciones basadas en documentos y no en los mismos intereses de genealogistas más antiguos. Para llegar hasta allí sirve mucho la documentación eclesiástica, de monasterios, además de las crónicas reales. Y para dar el paso entre América y España, los diversos archivos de Chancillerías o locales, pruebas de hidalguía, etc. sirven bastante. Hacia atrás del siglo VIII, ya todo se vuelve muy especulativo, con algunas hipótesis muy interesantes, pero no comprobadas, así que ese terreno es arena movediza.


Demás está decir que nadie ha podido conectar genealogías medievales de Europa con las planteadas en la Biblia, ni que los merovingios descendieran de Jesús. Tampoco se han conectado con los héroes griegos ni faraones, ni familias romanas (con claridad documental). La genealogía más antigua es la de Confucio y me parece que muy pocos chilenos podrían enlazar con ella. Los descendientes de otros inmigrantes europeos, llegados fundamentalmente entre el siglo XIX y XX, también pueden remontar su genealogía a los mismos horizontes que los españoles, aunque lógicamente varía por países y sobre todo por ciudades o pueblos (no hubo terremotos, pero sí muchas guerras). En algunos casos hasta el siglo XVI y en otros hasta el XVIII. Nuevamente, si pueden vincularse a nobles o reyes, también podrían llegar al siglo VIII.


Por último, otro de los componentes de los chilenos, aunque en proporción baja con un promedio de un 3%, son los africanos, que llegaron como esclavos hasta antes de la independencia. Con ellos resulta imposible continuar en África.


Todo lo planteado es en el mejor de los casos, porque para llegar al siglo XVI en Chile hay que sortear muchos imponderables, que no dependen solo de nosotros, sino que también de la conservación de la documentación. Lo común es que se pueda avanzar hasta mediados del siglo XIX con cierta facilidad, pero en adelante se pone más difícil y para la época colonial se suma un ingrediente más: poder leer los manuscritos, ya que como es lógico suponer, los estilos de escritura han cambiado bastante; además, se trataba de otra sociedad que también hay que entenderla para ponderar adecuadamente lo que encontremos.


En cuanto a la documentación, me parece importante considerar dos tipos de limitaciones que afectan el desarrollo investigativo: cantidad de registros y calidad de registros, VER AQUÍ.



MI EXPERIENCIA


Personalmente puedo contarte que he tenido un muy diverso progreso en la construcción de mi árbol genealógico. Tengo una rama muy corta, donde no he pasado del 1820, mientras que en otras llego al siglo VIII. Cuento con casi 2.000 antepasados a las 15 generaciones y el 95% de ellos los he encontrado yo; el otro 5% estaba ya estudiado por otros genealogistas. Esto lo he hecho en unos 30 años de investigación, aunque no dedicado al 100%, obviamente. Por último, me considero un chileno muy típico, mis antepasados europeos más recientes son de principios del siglo XVIII y tengo un 36% de sangre nativa americana.


Ahora, las principales dificultades las he tenido con quienes menos registros han dejado, pese a que manejo múltiples fuentes de información, hay barreras que resultan abiertamente complejas. Una de esas barreras aparece durante el período de la independencia, donde la mayoría de los libros parroquiales, que contienen los registros de bautismos, matrimonios, sepultaciones, informaciones matrimoniales y confirmaciones; están perdidos o destruidos. Más o menos entre 1800 y 1820 hay un vacío brutal, sobre todo si se piensa que era el equivalente al Registro Civil actual, donde uno debería encontrar toda la información básica con la que se pueda construir el árbol genealógico, ¡aunque fuera una persona muy pobre! Esa barrera detiene muchos avances.


Por zonas geográficas en Chile también hay diferencias, mientras la zona norte tiene una conservación documental muy buena, al sur es todo lo contrario, ya que gran parte se ha perdido, siendo el peor caso el de Concepción, donde el terremoto de 1751 acabó con toda los archivos de la ciudad.


Los antepasados nativos americanos o esclavos africanos son muy difíciles de seguir por una cuestión de negación del origen e intento de asimilación a la cultura española, por lo tanto, a mayor proporción de ellos en nuestros árboles genealógicos, menos ancestros se encontrarán. Los chilenos en promedio tenemos un 45% de sangre nativa americana, un 3% africana y un 52% europea (fuertemente española).


Si decides investigar, encontrarás todo tipo de antepasados, llegarás a los primeros conquistadores venidos con Pedro de Valdivia, por ejemplo, hasta ahora desciendo de 21 de los 50 que dejaron sucesión documentada; llegarás a los primeros mestizos e indígenas, encontrarás muchísimos campesinos, pequeños propietarios rurales, algunos personajes famosos y muchos anónimos. Lo entretenido es que cuando en el ICHIG hicimos el ejercicio de hacer un árbol con los descendientes de los Ortiz de Gaete (cuñados de Pedro de Valdivia), como el 70% éramos parte de esa familia, porque en el fondo, es muy probable que todos los chilenos seamos parientes.


Por último, ten en cuenta que la concepción de la vida, del mundo, de lo bueno y lo malo va cambiando y no podemos mirar el pasado con nuestros ojos actuales. No podemos juzgar a un ancestro por no reconocer a un hijo, o por tener esclavos, o por estar en el bando realista, o por robar ovejas. No hacemos genealogías para juzgar, sino para abrazar a esos hombres y mujeres que también somos nosotros de alguna forma. Somos lo que somos porque ellos fueron lo que fueron.


Dime, ¿cómo han avanzado tus investigaciones?, ¿has encontrado registros falsos o incompletos?



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