Los antiguos documentos que por buena voluntad y azar dejan leerse hoy, no pasan de ser papeles amarillos, dibujados con tinta seca, trazada con mano firme por algún escribiente, secretario o circunstancial letrado, alguna vez, en algún pasado. Estos dibujantes de miles de palabras nos entregan datos, fechas y muchas circunstancias de las vidas de entonces. Nombres de personajes que existieron (o al menos eso creemos) son parte fundamental de sus registros.
Inevitablemente, siempre me pregunto quiénes habrán leído este papel manchado que tengo frente a mí. El autor, claro está, pero ¿quién más? En algunos casos he llegado a sospechar que yo fui el siguiente y que por esta circunstancia entre el escritor y yo tenemos una suerte de complicidad, que estamos unidos por un pequeño secreto, ajeno a otros ojos durante siglos. Y no, nunca he encontrado el mapa ni las instrucciones para hallar un tesoro, aunque sí he obtenido relucientes historias, oro puro.
“Por el mes de Julio de este presente año (1756) compareció ante mí Pablo Carreño…”. Con esta oración arranca el libro de informaciones matrimoniales de la parroquia de Melipilla en Chile, que extrañamente conserva este documento, poco común por la fecha. El propósito del compareciente es revelado inmediatamente, fue “a haser informaciones para contraher matrimonio con María Gomes”.
Los hermanos Matías y José Carreño se habían instalado en la zona de Cuncumén, en la doctrina de Melipilla, a comienzos del siglo XVIII, después de haberse trasladado desde Malloa (ubicado más al sur). José fue padre de Tomás -quien tuvo un sitio en la villa de Logroño de San José, al sur del convento de La Merced-, y Tomás (erradamente llamado Andrés, en este documento) fue padre de Pablo, aquel novio que pretendía formar familia ante los ojos de Dios. Mientras tanto, Roque Gómez era un foráneo, que se había instalado en aquellos parajes con su esposa e hijos, entre los que estaba María, hacía relativamente poco tiempo.
Como era usual, antes de contraer matrimonio el cura debía verificar que no hubiera impedimentos que lo imposibilitaran, tal como puedes ver ACÁ. En este caso, las informaciones de Pablo y María, hubo complicaciones, ya que se evidenciaron acusaciones bastante serias que podían terminar con este negocio.
Al enterarse que su sobrino Pablo iba a casarse, José Carreño se presentó ante el cura José María Henostrosa -nuestro inocente cómplice del pasado-, y realizó una acusación grave, ya que denunció “haver tenido cópula con la contrahiente”, es decir, relaciones sexuales con la novia. Ante tal declaración, el cura hizo “quantas diligencias fueron practicables para averiguar lo cierto”, pero no encontró nada, así que citó a la novia. Ella negó lo anterior, acusando a José Carreño de hacerlo “solo a fin de estorvarle el matrimonio con Pablo Carreño”.
Al realizar la segunda proclama, es decir, avisar por segunda vez a la feligresía sobre el matrimonio que se iba a realizar, para que hablara todo aquel que tuviera algo en contrario, recibió una carta de un estanciero local, don Antonio Vargas, quien le pidió que tomara declaración a Antonio Ronda. Este personaje era primo hermano del novio y dijo que en realidad no tenía conocimiento sobre el impedimento que había presentado José Carreño (el tío del novio), aunque sí sabía del tema por las noticias que el propio Carreño difundía. Pero había algo más, señaló que la novia tenía otro impedimento: “el de haver tenido este declarante cópula en una ocacion con la d[ic]ha María Gomes”.
En seguida, el cura se planteó realizar la tercera proclama para que comparecieran los familiares del novio y de una vez aclarasen los impedimentos o establecieran sus razones para que no se realizara el matrimonio. Además, hizo presentarse nuevamente a la novia, quien negó tajantemente los hechos y le solicitó al cura que le escribiera al Obispo “para en todas probidencias defender su crédito”.
Pueblo chico, infierno grande, dicen. A estas alturas, por más secretas que haya hecho las averiguaciones el cura, no caben dudas de que medio pueblo sabía lo que pasaba. Por lo demás, quedó claro que José Carreño ya se había encargado de contar su versión. Momentos más que difíciles debió padecer la novia, ¿y si su novio creía estas falsas acusaciones?, pero ¿y si fueran ciertas?, ¿cómo podía el párroco llegar a la verdad?
Siguiendo las instrucciones del Obispo, el cura Henostrosa llamó de nuevo a José Carreño y aplicó una nueva forma para llegar a la verdad:
“en presencia de un crusifixo le exorté encargándole la conciencia y le propuse la gravedad del juramento y los cargos q[ue] en la Divina presencia le resultarían si faltase a la verdad, y luego reciví su juramento que hiso por Dios nuestro Señor y el Crusifixo q[ue] tenía presente, socargo del qual prometió decir verdad…”.
Y entonces José Carreño dio más detalles, diciendo que su amistad con María Gómez había durado desde el primer Domingo después de Pascua de Navidad hasta después de Cuaresma, además agregó que le había prometido entonces palabra de casamiento “con la condición de que no estubiese corrupta”, pero desistió por la falta de aquella condición (golpe bajo). Dijo que se trataban cuando ella iba a lavar al Estero de Puangue y cuando lo visitaba con sus padres. Pero, también mencionó -¿convenientemente?- que todo fue secreto y que nadie sabía de esta relación. Por otro lado, aceptó haber tenido trato ilícito con Casilda Gómez, hermana de María, pero que fue meses después de terminar con esta última cuando cayó con aquella. Nunca había vivido ni alojado en casa de los Gómez, pero tenía amistad y compadrazgo con ellos (con esos amigos…). Por último, contó que, motivado por un confesor, pensó cumplir su palabra con María, pero ésta le rechazó porque ya se había “enrredado” con Pablo Carreño, momento en el que José la amenazó con denunciarla si persistía en el matrimonio con su sobrino.
Entonces, ¿de qué más nos enteraremos?
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